martes, 1 de julio de 2008

SOLOS

Cuando la marabunta de personas, telefonazos y emails de un martes cualquiera, parece haber terminado, cuando me desparramo en la silla, dispuesto a no hacer nada más en la última media hora, cuando siento la benefactora sensación del deber cumplido y me relajo satisfecho, dispuesto a echar el cerrojo al negocio, aparece Él.

Un transeúnte, o un vagabundo, no sabría decir cual de los dos es el eufemismo. Como buen vagabundo, aparece cuando quiere, o cuando puede, y pide lo que quiere o lo que puede. Suele ser un bocata y un billete de autobús para el próximo pueblo. Parece fácil. Si supiera todo el protocolo que hay que poner en marcha para diez míseros euros, que además no verá en metálico, vaya a ser que se los gaste en vino, a lo mejor desistía.
Un transeúnte siempre es sospechoso de algo. Todo lo que tiene de diferente, de emigrante de si mismo, nos intimida. Alaska no es la India, y él tampoco es un sadhu.

Espera paciente, educado. Cuando me explica su vida de marinero errante en tierra de nadie, sin que yo se lo pida, me siento una especie de reportero de Callejeros. Tengo ganas de decirle que no hace falta, que no tiene que pagar ningún peaje, pero el hombre tiene ganas de explicarse. Dice que viene de Jaén, y antes estuvo en Navarra, y en Portugal, hasta llegar a este pueblo de Alaska. Me siento a escuchar esta historia de un hombre, como el que escucha un cuento. Un regalo inesperado al filo del día.
Lo miro como si mirara a una especie de héroe que se enfrenta cada día a lo desconocido, sin un rumbo fijo. Un héroe trágico, derrotado, pero héroe.

Los vagabundos y los transeúntes explican sus peripecias con un cierto orgullo. Explican lo que quieren, claro. Siempre hay grandes saltos geográficos y temporales en su narración. Toda narración es una selección.

Hay hombres que vagan por los pueblos, a cargo de un bocata municipal y quizás alguna cama en un albergue. Yo sé muy poco de ellos. Lo que me cuentan en apenas diez minutos. Quijotes solitarios. Kung Fu's, con sus macutos a cuestas.
Su forma de vida, antítesis de las que conocemos, no parece tener ni rastro de placidez o seguridad. O quizás sí.


Lo que me desconcierta no es su aspecto. Lo que me desconcierta es que pida un billete de autobús, sin especificar a donde.



Alaska , 1 de julio de 2008
*Fotografía : Levi Van Veluw

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué interesante es pasarse por aquí siempre, Quique. Tu vagabundo me ha recordado, contando con orgullo las vueltas de su vida hasta el presente, a uno que vagaba por mi universidad. Éste era muy especial...

Lee esto cuando tengas un rato y un poco de ganas.

http://elshowdefusa.wordpress.com/2007/11/05/josep-maria/
http://elshowdefusa.wordpress.com/2007/11/12/y-otra-vez-josep-maria/

Un besazo.

Quique dijo...

Pues habrá que buscar "Los ojos del astronauta"

Besos

aldara san lorenzo dijo...

Escribes divinamente.
Tu trabajo te coloca en un balcón privilegiado para ver el mundo.... pero no todo el mundo sabe mirar. Tú sí. Y más allá de mirar, ves. Y hay una humanidad, una bonhomía y una suerte de serenidad recia y honda en tus ojos que es un honor que compartas.

Gracias, Quique, eres un crack!

yraya dijo...

Desde luego que mucha suerte tiene las personas que se encuentran contigo, eso de escuchar, estamos muy necesitados.
Un saludo

Quique dijo...

Saludos it y yraya y gracias.

Anónimo dijo...

Genial Quique dn ganas de sentarse contigo a escuchar esas historias

Laura

Ginebra dijo...

Y se lo darán, espero (el billete).

Quique dijo...

Sí, y el bocata también.
Es una especie de derecho-cortesía, que creo que está bien que esté instaurado así.