DESPERTARES

Un despertador no es un buen despertador. Es un puñetazo en la mandíbula. Lo demuestra el hecho de que diez minutos después de su grito infame, el embotamiento de la mente y el pliegue de la almohada en la mejilla siguen ahí. Yo, en noches insomnes, me levanto un minuto antes de que suene, para demostrarle que le puedo ganar, aunque se trate de una victoria pírrica.

Mientras me visto y me ducho, aún soy un animal irracional, un robot, que sólo con un café con leche apresurado empieza a parecer humano.

Es después, en el trayecto hasta el trabajo, cuando de verdad amanece. Necesito saber, como un niño, que el mundo está ahí todavía, donde lo dejamos ayer. Si cojo el tren, nada mejor que un periódico. El periódico es la eucaristía de la mañana. La mayoría de veces sólo da cuenta de una plácida rutina. Otras, las menos, anuncia una revolución, como ayer, cuando un negro se convirtió en el dueño del universo.

El traqueteo de un tren, un periódico entre las manos y mi somnolencia. Un despertar perfecto para un día laborable.

Cuando no he podido comprar el periódico leo un libro. Aunque yo soy lector de tiradas largas y no me gusta quedarme a mitad de la página cincuenta.

Si cojo el coche, prefiero la radio al cedé. Los informativos me despiertan. Soy de esos que necesitan oír que un perro ha mordido a un hombre, de la misma forma que me gusta frecuentar a periodistas que dejan que una verdad les estropee una buena noticia.

A las ocho de la mañana, bien desayunado de sucesos, después de haberle dado los buenos días al mundo, ya estoy preparado y despierto para escuchar a los usuarios con toda la amabilidad de la que soy capaz.

-Buenos días. Usted dirá.

Imagen: Atelier ( blog "Mira y Calla")