ECCE HOMO

Me habla, pero no la escucho. Hoy no. Habla de su suegro y del recibo de la luz. Me duele la espalda. Oigo su murmullo, como un arrumaco, mientras pienso en la llamada de un concejal, ayer, que me dejó preocupado. Tengo que llamar a mi hermana antes de las cuatro. Mientras pienso en mis cosas, miro a sus ojos. Soy consciente de que no podré mantener el hilo de la conversación, pero tiraré de experiencia. No sé si ella es consciente de que no la estoy oyendo. No sé si mi mirada es transparente. Yo noto cuando alguien me mira pero no me ve y no sé si ella también lo nota. Parece que no. Tengo que cambiar la postura, porque en esta profesión la espalda duele. Vuelvo a ella. A la mujer, no a la espalda. No sé qué dice del alcalde. Se le ha corrido un poco el rímel y eso le da una apariencia desvalida. Intento disimular un bostezo irresistible. Tiene que haberlo notado, la mueca de mi cara, los ojos vidriosos. Le digo que la entrevista se tiene que acabar porque tengo mucha gente esperando. Sigue hablando. Me cabrea que no entienda que el tiempo se ha acabado, que necesite ponerme en pie y acompañarla a la puerta hasta que se cierra para que entienda que su tiempo se ha acabado. “Me cabrea que no lo entienda. ¿Es que necesita verme en pie para que entienda que quiero que se vaya? Le suelto a Teresina.

Me duele la espalda. Un punto fijo, aquí, en el costado derecho. A las 12h., tres entrevistas después, viene el matrimonio formado por P y S. Estoy cansado. Miro a P mientras despotrica contra la vida. Hoy tenía que haberme quedado acurrucado entre las sábanas, aprovechando el frío y la nieve en las montañas. Dormir y esperar a que pase el día. La cama como santuario. Siento rabia. Este tío es imbécil, y me dan ganas de decirle que él es el único responsable de lo que le pasa y que lo que tiene que hacer es cuidar de sus hijos y de su mujer. Este tío es imbécil, pienso, cuando todavía no he cerrado la puerta y los he despedido con mala cara. Este tío es imbécil, cuando registro la entrevista en el ordenador, y aún después, cuando preparo la siguiente entrevista. Este tío es imbécil, le suelto a una acogedora Teresiña. Me paro. Sigo escribiendo nervioso. Tranquilo, ¿quieres un café?, dice ella. Voy a llamarlo luego, voy a disculparme por teléfono. No gracias, no me apetece. Bueno sí. Bueno, no, no. Perdona.Voy a llamarlo ahora. Por ellos, pero también por mí, sobre todo por mí, porque no soporto esta sensación. Y por ellos, sobre todo por ellos, por cómo se habrán sentido. Y por mí.

No soporto esta angustia de volver a casa con el día desatado.

Coda: Decía el periodista Riszard Kapuscinski que los cínicos no sirven para su oficio. Para el mío tampoco. Pero hay días. El rol, además de protegerme, protege a los otros de mí. Sobre todo en días así, cuando vengo a trabajar humano, demasiado humano.