miércoles, 7 de marzo de 2012

LA ACTITUD CIENTÍFICA


Alaska, 7 de marzo de 2012,

Suele pasarme cuando insisto en que la ciencia esté presente en nuestras oraciones. Me preguntan a qué me refiero, cómo podemos ser científicos en una disciplina como la nuestra que es más de aplicación que de investigación. Es cierto, no podemos ir usando un método científico de la señorita Pepis, de mentirijillas, mientras hacemos entrevistas, ni convertir el despacho en un laboratorio. No sé a ustedes, pero a mí no me pagan para hacer ciencia. Defiendo, eso sí, incluso fieramente, que nos alimentemos de la Neurobiología, la Genética o la Psicología Evolutiva, igual que bebemos de la Filosofía, la Pedagogía o la Historia. Por fortuna, aunque en los planes de estudio de la educación social o en las definiciones de la profesión que hacen los colegios profesionales se marginen este tipo de disciplinas (ya saben, somos una profesión humanística y bla, bla,bla, como si la genética o la neurobiología no hablaran del hombre) por fortuna, digo, la ciencia está al alcance de un click, en excelentes blogs o revistas digitales que nos dan pistas de cómo somos los seres humanos. Desgraciadamente hay profesionales que siguen diciendo que eso no va con ellos. “Eso”, la ciencia. “Eso” es, por ejemplo, el funcionamiento del cerebro. A lo mejor es verdad que el cerebro no van con ellos.

Pero yo quería hablarles de otra cosa. Aunque no hagamos estrictamente ciencia, sí que podemos ser “científicos”. Me refiero a tener una “actitud científica” en el trabajo. Se trata de ser rigurosos. Se trata de un interés en la verdad. En la objetividad. De un interés en los blancos y los negros, además de los grises. Una inquebrantable búsqueda de los hechos y no tan solo de las opiniones. Se trata de entrenar el olfato para detectar los lugares comunes, los prejuicios, la corrección política, de los que esta profesión anda sobrado.
Pongo ejemplos, aunque esto es un post y veo que me voy a alargar más de la cuenta. Un ejemplo que no es de la profesión, para descansar un rato de mi mismo. Cuando en una manifestación la policía dice que cuarenta mil personas y los organizadores dicen que un millón, alguien de los dos miente. O mienten los dos. La actitud científica es querer saber la verdad. Porque la verdad, una sola verdad, no es aquí un tema baladí. Nos da la medida exacta de la participación en la manifestación. Es cierto que los datos están para interpretarlos. Pero hay datos que son ya toda una interpretación, y que pueden ser contundentes y concluyentes por mucho que uno quiera maquillarlos.
Cuando algún profesor me dice que en su instituto hay mucho tráfico de droga, o mucho consumo, o mucho absentismo o mucho lo que sea, le pido datos. Se sorprenderían de la cantidad de veces que ese mucho se queda casi en nada, se queda en bueno tenemos un caso que. También cuando un gobierno habla de fraude en la RMI quiero datos, no solo percepciones.
Muchos de ustedes en estos momentos habrán hecho las memorias de sus servicios. Muchos de ustedes habrán repetido la letanía de los educadores, ese desprecio por los datos cuantitativos, esa dicotomía entre lo cuantitativo y lo cualitativo. Esa mentira. Como si lo cuantitativo no fuese cualitativo por definición, además de condición sine qua non. Como si lo cualitativo no fuese siempre, y también, datos y hechos además de interpretaciones.

La actitud científica, el rigor, la pregunta ingenua (maliciosamente ingenua, si quieren, esa pregunta que quiere saber). De eso se trata. No crean que voy de enteradillo (bueno, quizás alguna veces sí, con el tiempo se vuelve uno un poco resabiado), es más, la actitud científica me la aplico a mi mismo. En eso soy implacable. Tanto lo soy que me desmiento un par de veces al día, por lo menos.
Pero cuidado, que con la actitud científica no se hacen amigos, ya les aviso. Eso de preguntar, de preguntar cuando nadie pregunta, de que se haga el silencio porque se cuestione lo incuestionable. Eso de andar tocando los cojones. En esta profesión nuestra donde hay más buenrollismo por kilómetro cuadrado que en cualquier otra, si te sales del guión en algunos temas como la política, el lenguaje sexista o la interculturalidad,   si preguntas por datos, hechos o argumentos, te pueden dejan caer muy sutilmente que eres un poco facha, o un poco machista, o un poco racista. ¿Es un poco facha, no?. Siempre un poco, eso sí, ¿eh?  De buen rollo te lo digo.

Con los años me he suavizado. He aprendido que la diplomacia no está reñida con la actitud científica. He aprendido a cuestionar(me) o a preguntar(me) con buenas maneras. Y a encajar las críticas y la actitud científica de los demás. Pero aún así se sigue estando más solo, menos comprendido. Empieza uno a discutir y le sueltan el mantra ¿no me estarás intentando convencer? como si fuera lo peor que le puede pasar a un ser humano. Pues claro que le estoy intentando convencer. Como en cualquier conversación que valga la pena. Y ojalá me convenza usted un poco a mí con mejores argumentos que los míos. Yo no debato para quedarme en el mismo sitio. El tiempo no me sobra.

La actitud científica. Más libre, pero más solo. Y viceversa.

4 comentarios:

Luis Blanco Laserna dijo...

Totalmente de acuerdo.
Ser científico es hacer preguntas. Y hacer preguntas es cuestionarse, no sólo cuestionar a otros. Y a menudo en nuestro gremio buenrrollista (y también un poco) victimista, nos cuestionamos poco.
Eficacia, eficiencia, exigencia...
publicar, contrastar, corregir, mejorar...
Por ejemplo

Anónimo dijo...

Gracias por tu comentario Luis. Totalmente de acuerdo.

Sera

Milagro J.C. dijo...

estupenda aclaración la de ser científico en la intervención social, pero qué te parece si en nuestros comentarios públicos aportamos más contenidos a los titulares y redactamos con más solvencia y rigor?

Quique dijo...

¿Comentarios públicos? Pues me parece, Milagro, que no sé a que se refiere.
Un saludo.