Alaska, 31 de marzo de 2010,
Atractivo título el del post de hoy, ¿eh? Ligerito, ideal para iniciar las vacaciones de semana santa.
Entre nosotros, ¿ha entendido usted algo?. ¿Ni papa?. Nada, nada, hombre o mujer, vuelva a leerlo. Igual lo de hermenéutica…¿no? ¿Tampoco?. Psss. Bueno, bueno, no se preocupe. Ni usted es un zoquete, ni le faltan los conocimientos básicos para entenderlo. Se trata sólo del título de una gamberrada, que removió los cimientos del posmodernismo. El gamberro en cuestión fue Alan Sokal, un físico, que escribió un artículo disparatado, una parodia llena de referencias de autores como Lacan o Baudrillard, mezcladas al azar con formulas científicas inventadas, y lo envió a la prestigiosa revista estadounidense Social Text. Por increible que parezca, la revista incluyó el artículo en un número especial. Sokal pretendía demostrar que las extrapolaciones incoherentes de la terminología científica a las ciencias humanas engañaban (¡y deslumbraban!) a los mismos especialistas.
Poco después él y otro físico, Jean Bricmont, escribieron Imposturas intelectuales, con un objetivo: demostrar que bajo la prosa oscura de autores como Lacan, Derrida o Deleuze, el rey estaba desnudo. Los dos físicos no pretendían invalidar el resto de la obra de estos autores y se declaraban incompetentes para juzgar aquellas disciplinas que no dominaban, pero se lanzaban al cuello cuando utilizan la jerga científica sin ningún sentido ni pertinencia. Y lo hacian con pruebas difíciles de refutar.
En Imposturas intelectuales, Sokal y Bricmont lanzan un ataque contra el relativismo epistémico, tan en boga en la actualidad. Esa idea tan exitosa de que todo vale lo mismo, de que todo es relativo, de que la verdad o la objetividad es sólo una construcción. Eso, tan televisivo por otra parte, de: "mi verdad". También es una critica demoledora al posmodernismo, término un poco vago y heterogéneo, caracterizado, en palabras de Sokal, por un “escepticismo generalizado respecto a la ciencia moderna, el interés excesivo por las creencias subjetivas independientemente de su veracidad o falsedad, y el énfasis en el discurso y el lenguaje, en oposición a los hechos a que se aluden, o, peor aún, el rechazo de la idea misma de existencia de unos hechos a los que es posible referirse”.
Leyendo a Bricmont y Sokal uno se da cuenta de que está rodeado de posmodernistas. Personas a las que fascina cualquier texto oscuro (que no es lo mismo que difícil), o que rechazan cualquier enunciado de alguien que se ha dejado las cejas investigando algo, para abrazar sin ninguna dificultad (y lo que es más sorprendente, sin el cuestionamiento del que hacen gala para criticar al de las cejas) cualquier cosa que lleve el apellido de alternativo o contracultural , o que llevan su relativismo al extremo de considerar que todo punto de vista o toda manifestación cultural valen lo mismo y son igual de respetables, por muy monstruosas que estas puedan ser.
En mi caso, Bricmont y Sokal, antes, o Dawkins, Pinker y Malcolm, después, están matando al padre. Porque yo crecí intelectualmente con Freud y sus acólitos. Y con Lacan y su escritura pretenciosa, sus fórmulas del fantasma, sus envidias del pene, sus espejos y su explicación absoluta del mundo. Casi llegué a creérmelo. Pero ese edificio, creado por una mente privilegiada, se va desmoronando poco a poco, delante de mis narices.
Ilustración y PD: Portada del film ¿Y tú que sabes?, corolario cinematográfico de la posmodernidad: los átomos, lo cuántico, el farsante Masaru Emoto y sus cristales milagrosos, las churras y las merinas.
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6 comentarios:
Da igual: el título es tan bueno que lo mismo sirve para un libro científico que para una novela postmoderna.
Hola, te he encontrado, me habían hablado de tu blog y bueno hoy te encontré. Soy Educador Social y Animador Socio-Cultural. Espero seguirte desde hoy y leer todas tus vivencias. Saludos!
Muy buen comentario Pedro, jajaj.
Bienvenido Caba.
entonces... ¿ahora en qué tengo que creer? no se aclaran, con lo que me cuesta coger los conceptos...
no sé mucho de Lacan y compañía, a dios gracias creo después de leerte, pero en otro plano no puedo estar más de acuerdo, tuve un primer jefe -abogado él- que se congratulaba de ser el socio residente de una firma de abogados muy prestigiosa, que llegaba a muchas reuniones -a las que yo asistía de pardilla recién licenciada- y a clientes importantísimos, ilustres economistas e ingenieros, les convencía de que sabía tanto del riego de la patata en Nueva York como de la era de las telecomunicaciones en el siglo veintidós, sin que se le moviera una ceja de todas las mentiras que contaba, y era la seguridad en sí mismo aplastante, pero además era porque sus mentiras las contaba de manera tan enrevesada que nadie, nadie, podía creerse que un socio de un bufete tan prestigioso no estuviera diciendo algo importantísimo -aunque ininteligible para ellos, pobres mentecatos- e irrefutable... en las reuniones con mis compañeros de ese despacho tan ilustre me pasaba lo mismo, otros soltaban las mismas ideas que yo había tenido un minuto antes, pero las contaban con tal grandilocuencia que parecían otras! en cuanto a literatos, odio, no puedo soportar, a todos aquellos que priman la forma sobre el contenido, una historia es una historia y cuanto más sencillo la cuentes y a más gente le guste mejor, pero las élites intelectuales siempre han querido ser ininteligibles para el pueblo, supongo... incluso vender libros, vender muchos libros, ser un best seller, se considera una vulgaridad... por cierto, a mi antiguo jefe le había perdido la pista, hasta que la semana pasada me enteré por la prensa de que co-dirige una tele a la carta, quierotv o algo así, qué cosas...
Hola Elisa. Uf, vaya pregunta. No sé. Supongo que la respuesta está más en el saber que en el creer.
Hola Manuela. Pues sí, entre la retórica brillante y la charlatenería hay un mundo.
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