Alaska, 29 de mayo de 2015,
Las
cosas cambian una barbaridad. Hace unos días, en clase, un educador poco
tecnologizado me decía que quería ponerse las pilas con eso de las TIC, aunque
consideraba que comunicarse con las personas virtualmente siempre será más frío
que en persona. Las cosas cambian, digo, porque esta frase tan recurrida y tan
dicha incluso por mí ha resultado ser falsa. No hay nada más caliente (ejem, no
os riáis, que va en serio) que la comunicación virtual. La neurociencia está
demostrando lo que ya intuíamos: las personas actuamos mucho más movidos por
las emociones que por la razón. A veces disfrazamos nuestras decisiones con
justificaciones que nos tranquilizan, pero somos mucho más emoción de lo que
nos gustaría.
En el caso de Internet y las redes sociales la emoción se impone a la razón por
goleada. Sin cortafuegos, sin tener a la persona delante, con el amparo
del anonimato o del grupo y la inmediatez del clic, las redes sociales son
emoción desatada. A veces emoción inofensiva y cándida (mirad lo enamorado
que estoy de la vida) o vanidosa (fijaros que guay que soy y las cosas chachi
que hago) o tonta (mira que palo de selfie tengo) pero otras es el odio
tiranosáurico. Solo hay que darse una vuelta por twitter y ver como grupos de persones linchan virtualmente al
Otro. El hashtag como dedo acusador, más estigma que etiqueta. La amenaza constante,
el insulto retuiteado hasta el infinito, el matonismo. Los sentimientos antes
que la razón, el pueblo antes que el ciudadano. El animal antes que la persona.
El fascismo.
Lo que
dicen algunos estudios sobre las redes sociales es que, lejos de crearse
comunidades más abiertas, somos incluso más intolerantes que en la vida,
llamémosle, presencial. Eliminamos a los disidentes (es mi muro,
repetimos de un modo casi infantil) y vamos creando redes de gente que piensa y siente como
nosotros. Nuestros favoritos. Siempre ha sido así, pero en la vida unopuntocero
podías reconocer, cerveza o café mediante, que el otro era alguien más complejo de lo que pensabas.
En las redes eres un cliché, un nick, una arroba, una idea, un facha, algo que se
puede aniquilar. Cualquier cosa que nos incomode intelectualmente es eliminada.
La mayoría de debates acaban en insultos o con el disidente expulsado o
bloqueado.
Una de
las cosas que nos da una idea de la irracionalidad 2.0 es
la cantidad de veces que personas inteligentes, sensatas, racionales y amables
(algunas de ellas buenos amigos míos) comparten noticias estúpidas y poco
rigurosas.
Tampoco la libertad individual ha salido
ganando, aunque parezca que la persona tenga más libertad que nunca para decir
lo que le dé la gana, donde le dé la gana. En realidad, si uno se da una vuelta
por las redes, puede corroborar que los lugares comunes, los estereotipos y el
pensamiento único triunfan. ¿Cuantas veces, lector, te has autocensurado un
comentario en una red por miedo a la reacción de las personas que te siguen? La
conversación 2.0 suele ser una conversación de masas compactas, enfebrecidas e
ideológicamente homogéneas. ¿Todavía dudáis? Pasaros por el apartado de
comentarios de cualquier medio digital.
Supongo
que pensáis que soy un tecnopesimista, un cenizo que piensa que el mundo no
puede estar peor de lo que está. Podría ser, pero no. Soy un fan de la conexión
2.0, estoy enredado virtualmente hasta el tuétano y sigo creyendo que las TIC
ofrecen grandes posibilidades educativas y comunicativas. Hasta creo, con Pinker, que vivimos en
uno de los mejores momentos de la humanidad.
Pero
creo también que hay que saber de qué pasta estamos hechos. Conocernos para
entendernos y cambiar lo que nos hace peores. A veces los educadores
confundimos la educación emocional con poner kilos de emoción a lo que hacemos,
pensamos y decimos, que es precisamente de lo que vamos sobrados. La educación,
la neurociencia lo corrobora, pasa por
poner razón a la emoción. Pensar las cosas ante de decirlas, respetar al
oponente, debatir con argumentos, aceptar otras ideas y personas que piensan
diferente, cambiar de opinión,
comprender al otro, aprender a disentir pero respetando a la persona, no
son cosas que nos vengan de fábrica.
Ahora
más que nunca se sabe que los educadores tenemos que implicarnos en la
educación TIC de las personas que atendemos. Especialmente con los jóvenes,
cerebros impulsivos, emoción en estado puro. Pero tendríamos que empezar por
nosotros mismos. A lo mejor aceptando en nuestra red a alguien ideológicamente
distinto a nosotros. Entender que también es un ser humano. Y que el contacto
con alguien radicalmente diferente, el debate con él, más que el silencio, el
desprecio o el insulto, nos hace infinitamente más libres, más inteligentes y mejores
personas.
2 comentarios:
Poco más que añadir, maestro. Echo en falta (si mi rápida lectura no lo ha obviado) una alusión a la rapidez inherente a los nuevos canales de comunicación, rapidez ésta que, a mi modo de ver, es, junto a las mencionadas explosiones emotivas o emocionales, la que nos impide reflexionar, pensar o filtrar antes de darle al botón "compartir" o "comentar".
Por otra parte, al argumento del alumno ludita al que vuestra usía aludía al principio del artículo, personaje común en nuestra profesión con el que yo también me he encontrado muchas veces, yo suelo contestarle con otra respuesta que tiene más que ver con mi propia experiencia con las redes sociales digitales y que viene a exponer o a ejemplificar que gracias a éstas he tenido la oportunidad de conocer presencialmente a gentes del gremio (o no) de Barcelona, Asturias, Andalucía, Bélgica... Gentes con las que luego me he tomado luego unas cervezas, gentes a las que he conocido mejor gracias a las redes, etc...
Y sí, desde luego que los argumentos neurocientíficos que usted expone, son más elaborados pero aterrizarlos luego con la experiencia mencionada tampoco viene mal para desarmar, de primeras, a esos tecnoescépticos tan abundantes en el gremio.
PD: pego este comentario en el apartado de comentarios del Facebook que allí, admitámoslo, seguro que tiene más visibilidad y por tanto, puede generar más conversación.
Hola Raul, pues tampoco mucho más que añadir a lo que comentas. 100% de acuerdo. Y también en cuanto a lo de la inmediatez. En efecto (aunque lo menciono muy de pasada), la inmediatez del clic ayuda a que se hable/escriba más con las tripas que con la razón.
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