lunes, 4 de enero de 2010

PERIODISTAS (2)


Alaska, 4 de enero de 2009,

Estoy leyendo (sigo de vacaciones, lo siento) El dictador, los demonios y otras crónicas, de Jon Lee Anderson, un conjunto de reportajes aparecidos en The New Yorker sobre personajes como Fidel Castro, Hugo Chavez, Pinochet, el rey Juan Carlos o García Márquez.


Las profesiones que tienen que ver con la comunicación, como la mía, están íntimamente conectadas entre si, aunque a veces el academicismo exija entenderlas como compartimentos estancos. El teatro, por ejemplo y las similitudes entre una representación  y una entrevista de servicios sociales. También el periodismo. ¿O es que nuestros informes sobre individuos o familias no son, casi, como reportajes? Casi, menos cuando entra en juego nuestra subjetividad y además de explicar los hechos emitimos juicios de valor.

Jon Lee Anderson no dice al lector lo que tiene que pensar de un personaje. Le basta con transcribir lo que ve y lo que le dicen. Son retratos sin apenas opinión, aunque algunos personajes ya queden retratados con lo que dicen. Arnaldo Otegi , por ejemplo, en el capítulo Carta desde Euskadi, responde al periodista que “…la necesidad de impedir que se extinga la cultura vasca se puede comparar con la necesidad de salvar los bosques del Amazonas”.

Dicen de Anderson que es el “heredero de Kapuscinski”. Quizás lo sea, de momento sólo ha ganado una copa de Europa.
De Anderson he leído su genial biografía sobre el Che Guevara, un libro en el que descubres las debilidades del mito; el héroe, pero también el asesino, y,  La caída de Bagdad, un reportaje sobre la guerra de Irak que es como una película de Hitchcock. Cada página parece ser la última antes de que empiecen a caer las bombas sobre la ciudad, mientras te preguntas porque Anderson no sale de allí cagando leches.
El traidor de Kapu ha dejado huérfanos  a todos sus lectores y ya no hay nada nuevo que llevarnos a la boca, aunque busquemos desesperados por las estanterias algún milagro de Anagrama. Espero que tengamos Anderson para rato. 
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2 comentarios:

Asier dijo...

A Otegi le diria que, si no nos permiten repirar, poco o nada quedaría de la cultura vasca.

PD: Veo con alegría, que el reloj de arena de Rafa sigue funcionando de maravilla y parece no acabarse nunca la arena. ¡¡Que continue la fiesta¡¡

Un abrazo Quique

*Sentimientos Explosivos* dijo...

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