lunes, 26 de julio de 2010

CUADERNO DE VERANO (5)









Cuando era pequeño íbamos al Tibidabo caminando desde casa, en la calle Juan Cortada, en el Carmelo. Cogíamos el tranvía azul y el funicular, que subía vertiginosamente entre carteles de la familia Ulises y Carpanta. En esos tiempos, en el Tibidabo, daban un ejemplar del TBO gratis.
Para nosotros el Tibidabo era sobre todo un merendero, porque el verdadero parque de atracciones de Barcelona era el de Montjuic. Verdadero y caro, por eso sólo fuimos una vez, con unos amigos de mis padres.
En el Tibidabo había enormes mesas de piedra en una arboleda, que creo que debían reservarse con un ticket, y muchísimas familias dejaban sus capazos allí, hasta la hora de comer. Las mesas estaban bastante separadas unas de otras y los transistores de entonces no daban para mucho. Así que era un merendero bastante civilizado, sin música de los Chunguitos y sin demasiada promiscuidad. Corrían el vino con gaseosa y las ensaladillas, las croquetas, las pechugas rebozadas y las cantimploras de fanta. Un merendero que, además, tenía un enorme avión de juguete, una montaña rusa, un palacio de espejos que deformaban tu imagen, autos de choque y autómatas que entonces funcionaban con pesetas.


En los veranos de principios de los setenta, en el Carmelo, no existían colònies d'estiu ni casals. Las madres trabajaban en casa, y los niños estábamos básicamente en la calle. Tampoco habían educadores sociales, y las palizas a algunos niños de mi barrio pasaban desapercibidas.
Recuerdo un día en que un señor muy elegante vino a nuestro colegio, el Sagrado Corazón de Jesús, y nos pasó unas imágenes, en blanco y negro claro, de unas colonias de verano. Niños muy guapos, y muy rubios, vestidos de boy scouts, jugando a la pelota o tirándose a la piscina. Las proyectaron en una pared. Los niños de mi cole nos lo mirábamos todo como algo de otro mundo, algo que hacían otros niños, en otros lugares. Creo que no nos lo mirábamos con rencor ni con envidia. Simplemente aquello no iba con nosotros ni con los sueldos o las necesidades de nuestros padres, así que creo que no perdíamos demasiado tiempo en pensar en eso.

Los domingos íbamos al Parque Güell, sin saber que era un icono de la ciudad, a jugar entre sus árboles y sus columnas. Tomar un refresco en algún bar era uno de los momentos culminantes de la semana, por su excepcionalidad. Creo que a todos los niños de todos los tiempos les gusta salir a tomar algo con la familia. Romper la monotonía. Que alguien, que no es tu madre ni tu padre, te traiga, como por arte de magia, un refresco, o lo que pidas y que los adultos estén contentos. Mi padre, descansado, se relajaba y bromeaba con nosotros. Daba gusto verle, comparado con el estrés (aquello sí que era estrés) que soportaba toda la semana, cuando venía de aquel horrible y pequeñísimo taller textil situado en el centro de Barcelona. Quizás no había tanta desafección, esa palabra tan de ahora mismo, pero aquellos tiempos y aquella vida de semanada eran una crisis diaria.

¿Porqué explico todo esto?. No sé. El verano. Y el Tibidabo, que es noticia estos días. Y lo efímero de los recuerdos, tan efímeros como el teatro.

3 comentarios:

Rosa Chover dijo...

pues me encanta leer esos recuerdos, los mios son otros pero no distan mucho, misma época sólo que distinta ciudad, si me apuras hasta mismo colegio porque yo iba a las esclavas del sagrado corazón de jesús... jugábamos a la goma y a la cuerda y saltábamos al sambori o lo que luego me enteré se llamaba rayuela, y en el patio del cole nos tirábamos asalvajadas unas encima de otras en algo llamado 'churro va' que si lo ve ahora un educador social se cae de patas de pensar que los niños se pueden desnucar o algo peor, pero entonces eso era lo normal, y hasta la monja te podía pegar un tortazo si era necesario... los parques de atracciones pasaban en las películas, en mi ciudad lo que había era la feria con sus polos de aldodón rosado y dulzón y el tren de la bruja y la montaña rusa que por alguna mágica razón nunca descarriló... fue nuestra infancia, no había play station y tampoco tanto niño obeso, supongo... como tú dices, los juegos pasaban en la calle...

Quique dijo...

...el churro media manga mangotero, ¿qué lleva la abuela en el puchero?... un clásico de los juegos rompespaldas.

Rosa Chover dijo...

efectiviwonder, reconozco que yo no era una niña demasiado asalvajada así que no siempre jugaba porque me daba cierto reparo, pero no por romperme la espalda que no se me habría ocurrido, sino por si no saltaba lo suficientemente lejos y entonces comprometía a todo mi equipo, una tímida clásica jajaja...