Alaska, 27 de julio de 2012,
En el Raval hay dos tipos
de calles. En unas domina el movimiento, gentes que suben y bajan,
que caminan con paso firme o distraídas, pero caminan. En otras es
la quietud de muchas personas lo que sorprende, gentes, en grupo o
solas, paradas como estatuas, aparentemente sin hacer nada. Las
primeras están llenas de vecinos, de gente que cruza el barrio para
ir a algún sitio, de modernos que han hecho del barrio uno de los más cool de la ciudad, de compradores y vendedores y de algún turista curioso. En las segundas, entre las personas clavadas en las
aceras, están las prostitutas o los vendedores ambulantes de
refrescos. No sabría seguir. Más por lo que me explican que
por la evidencia, entre ellas, sobre todo hombres, hay algún proxeneta, carteristas y camellos.
Yo creo que también hay mucha gente curiosa, que espera y mira, un mirar parecido al de los viejos que se plantan
delante de los edificios en construcción. Pero todavía llevo poco
en el barrio para saberlo con certeza.
Creo que una de las cosas
que pueden intimidar al forastero en las calles de una ciudad es
precisamente el movimiento o, mejor dicho, la falta de él, mucho más
que la apariencia de la gente o de las calles. En una calle
concurrida nadie va a matarte, la gente que camina va distraída en
sus asuntos y tú eres uno más en la riada. Pero una calle donde
hay tanta gente quieta es inquietante. Una calle, ¡ojo!, donde te miran al
pasar, ¡te miran!, ¡cuando en Barcelona nadie mira a nadie!. ¿Qué
hacen? ¿Qué esperan? ¿Qué quieren?. Entrar en una calle así me recuerda a
un juego muy bestia de cuando era un chaval. Tenías que
atravesar un pasillo de niños que te hostiaban al pasar y adivinar quien te había zurrado sino
querías seguir parando. En fin, la civilización no nos había
llegado del todo. Eso era nuestro playstation y lo más parecido a tuenti que teníamos eran las pipas o las gomas de las niñas. Realidad aumentada.
Al cabo de unos días
compruebas que tampoco nadie va a matarte en esas calles, que solo te
miran como cliente potencial de algo, o ni eso, como simple
curiosidad, como preguntándote qué hace un hombre como tú en una
calle como esta.
Quizás esa quietud sean los últimos resquicios del antiguo barrio Chino que, por fortuna, va desapareciendo empujado por Heráclito.
Pienso en todo esto
mientras tomo un té a la menta en un vaso de plástico, al aire
libre, en un chiringuito de la Rambla del Raval, uno de los mejores
lugares donde sentarse y contemplar. Pero eso te lo cuento el martes.
Fotografia: Joan Colom.
4 comentarios:
Leerte amigo mío es como sentarse allí donde tus ojos están, ver y escribir, un gozo...
Gracias Pedro, amigo.
Sera
Como dice Pedro leerte es como estar allí viendo lo que tu ves. Me han traido muchos recuerdos tus escritos. Me recueda cuando era más jovencita y era una ravaladicta: de paseos, con los compis de Xivella, de fiesta, de compras, de citas, de curro..incluso de estudio. Creo que ,menos vivir allí, una etapa de mi vida ha transcurrido en el Raval.
Sabías que es uno de los barrios con más población anciana de Barcelona? Lo único que nuestros mayores, de lo que queda del antiguo chino, ni se los ve. La pobreza se ve pero una gran parte sigue , obligatoriamente , escondida.
Me encantan tus escritos! me los estoy leyendo de un tirón! No dejes de escribir. Buen camino!
Gracias Nurrllo! Un abrazo!
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