Alaska, 7 de septiembre de 2010,
En los noventa asistí a cursos de formación sobre la inmigración. En algunos de ellos, los supuestos expertos en una cultura equis no pasaban del estereotipo en sus explicaciones. ¡Ellos que, teóricamente, estaban allí para salvarnos de los prejuicios!. Resumían y generalizaban, con frases del tipo: los senegaleses son, si hablas con un marroquí nunca, su proyecto migratorio siempre es, etc. El corolario de todo aquello era que las personas que procedían de otras culturas eran prácticamente inescrutables y sólo los expertos podían descifrar lo que verdaderamente querían y pensaban.
Una cultura marca, obvio. Marca, todavía más que una cultura, un país con un régimen totalitario que no deja que sus ciudadanos se expresen con libertad. Por eso es importante conocer la procedencia de las personas. Pero cuando un ciudadano se sienta delante tuyo y empieza a hablar no es un apéndice de su grupo étnico o cultural. Es único. Con sus nombres, sus apellidos y su historia. Y sólo cuando habla y escuchas, y sabes lo que quiere, lo que le preocupa, lo que siente, e incluso lo que opina de su cultura, empiezas a conocerlo un poco.
Hay otra cosa que tampoco he entendido nunca del todo. Es cuando se le pide a las personas de origen extranjero que se integren. Sobre todo cuando esa integración se refiere a que sigan nuestras costumbres. Todavía a estas alturas de la película no he entendido qué quieren decir exactamente con eso. O intuyo lo que quieren decir pero no me acaba de gustar. No me gusta que a los ciudadanos de un país, por su origen, se les mida con diferentes varas de medir que a los autóctonos. Ni cuando esa vara de medir se traduce en una discriminación negativa, ni lo contrario.
Los ciudadanos de un país deberíamos de tener los mismos derechos y deberes, independientemente de nuestro origen. Debemos de cumplir las leyes, las normas de convivencia, pagar los impuestos, recibir servicios públicos, etc. Pero hay cosas que forman parte de la esfera privada del ciudadano. Y lo que no es exigible para un autóctono no debería de serlo para un ciudadano por su origen extranjero. Para que nos entendamos, a día de hoy nadie me ha exigido que participara en la vida asociativa, o en las fiestas de los pueblos donde he vivido. Tampoco me ha exigido nadie que vea Sálvame (ni tan siquiera el deluxe), que en la actualidad significa,seguramente, la máxima inmersión en la cultura autóctona.
Ojo, que no estoy en contra de los proyectos pensados para que las personas de diferentes culturas se conozcan y compartan sus saberes. Al contrario, he diseñado y participado en muchos de ellos. Lo que digo es que eso ha de partir de la voluntariedad y el entendimiento. El otro asume costumbres o ritos culturales diferentes a los suyos en el momento en que se le hacen apetecibles y necesarias. En el momento en que para él y su familia constituyen un valor. El cambio de las costumbres propias sólo es exigible cuando estas vulneran la ley o son incompatibles con la convivencia.
La política racista de Sarkozy contra los gitanos y sus propuestas de tener dos varas justicieras de medir para sus ciudadanos, según el origen, se nutren de las dos cosas. De los prejuicios y las generalizaciones ("todos los gitanos son delincuentes") sobre algunos de sus ciudadanos y de unas exigencias diferentes, y por lo tanto unas consecuencias punitivas distintas, según tengan o no cierto pedigrí francés.
5 comentarios:
No puedo estar más de acuerdo contigo. Muy buen post.
....ole....
excelente trabajo. sobre todo en estos tiempos q el llamado sentido comun hace tanto daño. Recobremos la cordura.
Ola, he empezado a leer tu blog y me parece muy atractivo...Estoy muy contenta tras leer este post pues estoy más que de acuerdo contigo!!
Un saludo y sigue escribiendo..
Cristina
Hola Cristina, gracias por tu comentario
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