Alaska, 30 de mayo de 2012,
Me entrevista Anna Viñas para una investigación sobre el profesional de servicios sociales como persona. Ella y Ester Fábrego, educadoras sociales además de muchas otras cosas, han pedido una excedencia para hacer una investigación sobre el tema: los estilos profesionales, los vínculos, las emociones. Educadoras sociales, una excedencia, investigando, ¡oh là là! ¡Eso no pasa todos los días!. Sentirán hablar de ellas en este blog, fijo.
Las emociones. Anna me pregunta sobre lo que me emociona especialmente en el trabajo. No recuerdo cómo me formula exactamente la pregunta, pero se refiere a aquellas emociones que van directamente al estómago, en las que el rol profesional te deja a la intemperie. Pienso la respuesta un buen rato. No soy un tipo que vaya explicando sus emociones por ahí y reconozco que no suelo reflexionar lo suficiente sobre el asunto. En esta profesión las emociones están a flor de piel, valga la redundancia. En una horquilla que va del profesional frío y funcionarial hasta el que antepone siempre las tripas a la razón, creo que he conseguido con el tiempo llegar a un apacible punto intermedio. Aunque vete a saber, eso lo deberían decir los demás.
Respondo. Le digo a Anna que en estos tiempos (no hay emoción sin contexto) hay dos situaciones que me perturban. Iba a decir “ me descolocan”, pero últimamente oigo utilizar tanto esta palabra que dudo ya de su significado.
La primera es muy fácil de entender. Cuando en la entrevista me hablan de problemas que yo he vivido recientemente siento un nudo en el estómago (siento no ser más original, pero es que es exactamente eso lo que siento, ahí, un nudo que va subiendo y se me seca en los ojos). Es como si la entrevista se me hiciera insoportable. En ese tipo de situaciones me pongo más en el lugar de espectador, sin demasiada posibilidad de involucrarme porque estoy más metido en mí que nunca. Es difícil de explicar, como cualquier emoción. A veces, cuando he podido decir, sin pensar demasiado si debía hacerlo o no, “le entiendo, he vivido algo parecido” consigo volver a estar ahí, meterme dentro, compartir de alguna forma las emociones de la persona. Pero la mayoría de ocasiones no puedo hacer ni eso. Me quedo escuchando, esperando ansioso que termine. Después tiro de experiencia.
¿Qué hago? Tragar saliva.
La segunda tiene que ver con la crisis. Es cuando un hombre (sí, he dicho un hombre) , una buena persona, un padre de familia viene a servicios sociales por primera vez y expone sus problemas económicos. Un trabajador, alguien que no derrochó dinero en monovolúmenes ni segundas residencias. Alguien que no encuentra los porqués ni tiene que aprender lecciones de nada. Simplemente la crisis ha golpeado su pequeño negocio de autónomo o ha expulsado del mercado de trabajo a él y a su mujer. Te narra su situación casi pidiendo disculpas por pedirte una beca yo nunca había pedido nada, aunque en cierto modo aliviado, como si, por fin, pudiera abrirse a alguien sin ser juzgado, sabiendo que sus palabras y sus pequeñas miserias quedarán ahí, en el despacho, para siempre. Hay un momento en que se le hace un nudo en la garganta, sus ojos son la incredulidad, "cómo puede estar pasándome esto a mí". Un hombre vulnerable como un niño. Un hombre.
No es que la madre no sufra lo mismo, que lo sufre. Pero estoy hablando de lo que a mí me conmueve, y en mis sentimientos no hay paridad que valga. No sé si es que ellas son más fuertes para estas situaciones que ellos, quizás sí. No estoy seguro. Pero ese hombre que me habla lleva en sus ojos una carga añadida, algo de irracional, atávico, instintivo o cultural, lo que ustedes quieran, un plus de orgullo herido por no poder cubrir ahora, él, las necesidades de su familia.
Yo, que soy de poco tocar, lo abrazaría, le diría que le entiendo infinitamente y, además, sé que usted y su familia saldrán de esta. En lugar del abrazo, o como si fuera el abrazo, me da por atenderle exquisitamente, con delicadeza, con atención, poniendo la piel en lo que hago. Quiero que se sienta escuchado, comprendido, mimado, ayudado. Quiero, egoísta, que cuando un día ese buen hombre, ese buen padre, ese ciudadano salga de esta, recuerde que lo atendieron bien en servicios sociales en uno de los peores momentos de su vida.
Básicamente esas dos cosas.
Me entrevista Anna Viñas para una investigación sobre el profesional de servicios sociales como persona. Ella y Ester Fábrego, educadoras sociales además de muchas otras cosas, han pedido una excedencia para hacer una investigación sobre el tema: los estilos profesionales, los vínculos, las emociones. Educadoras sociales, una excedencia, investigando, ¡oh là là! ¡Eso no pasa todos los días!. Sentirán hablar de ellas en este blog, fijo.
Las emociones. Anna me pregunta sobre lo que me emociona especialmente en el trabajo. No recuerdo cómo me formula exactamente la pregunta, pero se refiere a aquellas emociones que van directamente al estómago, en las que el rol profesional te deja a la intemperie. Pienso la respuesta un buen rato. No soy un tipo que vaya explicando sus emociones por ahí y reconozco que no suelo reflexionar lo suficiente sobre el asunto. En esta profesión las emociones están a flor de piel, valga la redundancia. En una horquilla que va del profesional frío y funcionarial hasta el que antepone siempre las tripas a la razón, creo que he conseguido con el tiempo llegar a un apacible punto intermedio. Aunque vete a saber, eso lo deberían decir los demás.
Respondo. Le digo a Anna que en estos tiempos (no hay emoción sin contexto) hay dos situaciones que me perturban. Iba a decir “ me descolocan”, pero últimamente oigo utilizar tanto esta palabra que dudo ya de su significado.
La primera es muy fácil de entender. Cuando en la entrevista me hablan de problemas que yo he vivido recientemente siento un nudo en el estómago (siento no ser más original, pero es que es exactamente eso lo que siento, ahí, un nudo que va subiendo y se me seca en los ojos). Es como si la entrevista se me hiciera insoportable. En ese tipo de situaciones me pongo más en el lugar de espectador, sin demasiada posibilidad de involucrarme porque estoy más metido en mí que nunca. Es difícil de explicar, como cualquier emoción. A veces, cuando he podido decir, sin pensar demasiado si debía hacerlo o no, “le entiendo, he vivido algo parecido” consigo volver a estar ahí, meterme dentro, compartir de alguna forma las emociones de la persona. Pero la mayoría de ocasiones no puedo hacer ni eso. Me quedo escuchando, esperando ansioso que termine. Después tiro de experiencia.
¿Qué hago? Tragar saliva.
La segunda tiene que ver con la crisis. Es cuando un hombre (sí, he dicho un hombre) , una buena persona, un padre de familia viene a servicios sociales por primera vez y expone sus problemas económicos. Un trabajador, alguien que no derrochó dinero en monovolúmenes ni segundas residencias. Alguien que no encuentra los porqués ni tiene que aprender lecciones de nada. Simplemente la crisis ha golpeado su pequeño negocio de autónomo o ha expulsado del mercado de trabajo a él y a su mujer. Te narra su situación casi pidiendo disculpas por pedirte una beca yo nunca había pedido nada, aunque en cierto modo aliviado, como si, por fin, pudiera abrirse a alguien sin ser juzgado, sabiendo que sus palabras y sus pequeñas miserias quedarán ahí, en el despacho, para siempre. Hay un momento en que se le hace un nudo en la garganta, sus ojos son la incredulidad, "cómo puede estar pasándome esto a mí". Un hombre vulnerable como un niño. Un hombre.
No es que la madre no sufra lo mismo, que lo sufre. Pero estoy hablando de lo que a mí me conmueve, y en mis sentimientos no hay paridad que valga. No sé si es que ellas son más fuertes para estas situaciones que ellos, quizás sí. No estoy seguro. Pero ese hombre que me habla lleva en sus ojos una carga añadida, algo de irracional, atávico, instintivo o cultural, lo que ustedes quieran, un plus de orgullo herido por no poder cubrir ahora, él, las necesidades de su familia.
Yo, que soy de poco tocar, lo abrazaría, le diría que le entiendo infinitamente y, además, sé que usted y su familia saldrán de esta. En lugar del abrazo, o como si fuera el abrazo, me da por atenderle exquisitamente, con delicadeza, con atención, poniendo la piel en lo que hago. Quiero que se sienta escuchado, comprendido, mimado, ayudado. Quiero, egoísta, que cuando un día ese buen hombre, ese buen padre, ese ciudadano salga de esta, recuerde que lo atendieron bien en servicios sociales en uno de los peores momentos de su vida.
Básicamente esas dos cosas.
12 comentarios:
Leyendo esto también me he emocionado, como una mujer ;-)
Me gustará leer más de esa investigación, tiene muy buena pinta!
Ha sido un buen acto de conciencia emocional el que has hecho, ha sido muy interesante leerte, emocionante.
L'emoció parteix de nosaltres i nosaltres som el que som: dones, homes, en definitiva persones que sentim, com aquells que es visiten per explicar-nos les seves preocupacions.
Espero que puguis compartir més d'aquesta investigació, ho espero amb emoció.
M, una educadora
Los vínculos, las emociones... es un tema interesante en nuestra profesión (y en la vida!), sobre todo en momentos con tanto queme profesional (hablando de contextos, pues tampoco es el mejor, no?)...creo que un buen síntoma de salud mental/profesional se puede concretar en la capacidad de seguir experimentando sentimientos y emociones delante de cada situación que atendemos...conmovernos, turbarnos, entusiasmarnos, sorprendernos,.. con las realidades particulares y únicas que vemos... el día que esas situaciones no nos provoquen ese nudo, esa empatía, y esa conexión, es el momento de hacer un reset…!
En este sentido, creo que debemos volver (o no olvidar) los modelos humanistas, basados en el vínculo, la relación horizontal, valorativa y genuina con nuestr@s clientes, es imprescindible, creo yo...si nos escondemos detrás del rol y actuamos con la técnica del “rodillo” –esto lo he visto últimamente- además de pervertirnos como profesionales, hacemos un flaco favor a nuestros clientes…Es una cuestión de mirada, desde dentro, del profesional hacia los otros, en justo equilibrio–emocional-
Felicidades Sera, por el post (i por la investigación)
Un abrazo
Gracias por los comentarios Marimar y Noelia.
Creo que el estudio tiene previsto acabarlo a finales de este año, aunque tienen cosas publicadas previas a la investigación.
Totalmente de acuerdo con lo que comentáis Alba y M.
Otra que se ha emocionado...
Hola Sera!!
M'ha encantat el teu post!! Que bé que parlem d'emocions tots plegats. Aquest és un dels objectius que tenim amb l'Ester. Per tot aquell que estigui interessat us podem fer arribar l'article que vam publicar parlant del professional com a persona i en quant a la investigació pensem tenir-la acabada per principis de l'any que ve. Us anirem explicant els resultats!!!
Una abraçada!!
Anna Viñas
anna, m'interessaria poder llegir l'article, com el puc trobar?
gràcies!
Chaval, lo conseguiste, me has tocado. Me dan ganas de leerte en los dos minutos que tengo mañana en las #9jssb.
Gracias
Pepin
Lo siento, yo también me emociono. Hay muchas y diferentes situaciones que me hacen emocionar, en algunas ocasiones las controlo en otras me controlan ellas a mi, la última sin ir más lejos ayer,delante de madre e hija, habla la hija, maneja un poco más el idioma, pero las emociones dominan a este y las lágrimas que empañan los ojos de estas dos mujeres se me contagian, intento esconder mi emoción en una especie de risa entre nerviosa y triste que se convierte en una risa desgarradora y entonces se desboca el canal de las lágrimas, solidarias, empáticas, me levanto y abrazo fuerte muy fuerte, por que cuando no hay otro tipo de consuelo siempre está el humano, poco profesional lo se, pero hace tiempo que dejó de importarme, al menos de momento.
Gracias por los comentarios, Pepín, Anna y Dolo!!
Sera
Gracias por los comentarios, Pepín, Anna y Dolo!!
Sera
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