Alaska, 16 de abril de 2016,
Los protocolos. Empecé diciéndoles a mis alumnos de la UdG, de la asignatura
Servicios Sociales, que lo que íbamos a tratar ese día no parecía de entrada lo
más apasionante del mundo. Para hacerlo más pasable y también para que viesen
la importancia de los protocolos (en servicios sociales tenemos un montón:
maltrato infantil, pobreza energética, absentismo
escolar) vimos un fragmento de la entrevista que Mònica Terribas le hizo al Síndic
de Greuges, Rafael Ribó, a propósito de los abusos sexuales en Los Maristas.
Tiene razón Ribó al señalar que el problema no es que los protocolos no estuviesen
actualizados, el problema es que en algunas ocasiones, como parece que ocurrió
en esta, no se aplican. Se realiza un ingente trabajo de mucha gente de
diferentes ámbitos (salud, educación, servicios sociales, policía) para parir
un buen protocolo pero no deja de ser un documento bienintencionado que, a veces,
puede quedarse olvidado en una carpeta metida en un escritorio.
Les comenté luego que hay otro riesgo no menos importante que la no
aplicación del protocolo y es una aplicación, digamos, tecnocrática del mismo.
Por ejemplo cuando el educador deriva el caso a otro servicio porque es lo que
le marca la flechita del diagrama del tema que sea y se desentiende del asunto.
O cuando hay diferentes departamentos que se pelean, protocolo en mano, para
ver de quien es la responsabilidad y a quien le paso el muerto. No eres
educador social, les dije, hasta que alguien, en algún momento de tu vida
profesional, te suelta un ese es un caso tuyo, ¿no?, social.
Antes de entrar en clase había leído la carta de despedida de Pau Gasol a
Kobe Bryant. Gasol resumía lo que para él diferencia a los jugadores buenos de
los extraordinarios como Bryant. Jugadores con una técnica excepcional puede
haber unos cuantos, pero que sumen a esa técnica el compromiso con lo que hacen,
dice Gasol, hay muy pocos. En la educación social el compromiso, sobre todo en
los casos más complejos o graves, es importante. Significa ir un punto más allá
de lo que marca el protocolo, llamar e interesarte para que el caso no se
pierda en la burocracia. Pasar de la pura derivación al trabajo en equipo con
otros profesionales, es decir del te paso
esto al pensemos juntos, incluso
cuando (o sobre todo cuando) el protocolo te dice que no estás obligado a
hacerlo. Es un compromiso con la persona a la que atiendes. La técnica, sola, puede
deshumanizarte; solo con el compromiso eres un voluntario. Los dos juntos
marcan la diferencia.
17 de abril de 2016. Extensiones al post. Es lo que tienen las redes sociales y el directo. Cuando ya había colgado el post, mi amigo Asier, de Educablog, me recuerda por facebook el problema de los protocolos que han sido diseñados sin la participación de los profesionales que los tienen que llevar a cabo. Tiene toda la razón, eso es una garantía de desastre y, por desgracia, hay numerosos ejemplos. Protocolos fabricados ante la presión política y/o diseñados por tecnócratas listillos con un cargo que, una vez, hace mucho, hicieron atención directa. Por el contrario, un buen protocolo se construye desde abajo y tiene que ser evaluado constantemente por los profesionales que participan en él. Evaluado, corregido, transformado. Deber ser la plasmación de una reflexión profunda, previa, ante un problema, una voluntad de no dejarlo todo a la improvisación y al azar. Un fruto del trabajo en red. Solo así sirve para lo que debería servir: como un instrumento para asegurar la eficacia de las instituciones, que nos recuerda que no trabajamos solos. Y, sobre todo, como una herramienta al servicio de la ciudadanía. Apuntado queda: comentarlo en clase el martes.
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